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octubre 15, 2013

 El lavarropas 

Por Elena Solís *

No me mires así.  No es mi culpa.  Es que no puedo pararla.  Mil veces te dije que arreglaras el lavarropas de tu casa, supongo que no es cosa mía.  Mil veces te expliqué que los lavarropas tienen unas piezas redondas de metal que están en la parte de atrás.  Tienen que estar allí cuando el lavarropas no está en uso, y es transportado de un lugar a otro, desde Corea supongo, en un barco, y luego en un camión hacia la casa de electrodomésticos.  Pero al instalarse hay que sacárselos para que se haga más flexible y no caminen cuando centrifuga.  Que llames al service de Enxuta, te aconsejé, hace miles de meses.  Pero no me diste pelota.

Esta noche prendiste el lavarropas con un montón de ropa sucia metida a prepo.  Como a las dos empezó a centrifugar. Yo traté de no desvelarme, de no darle bolilla a todo ese ruido.  Y vos con todo lo que te habías metido para dormir, seguías lo más tranquila.
 
Yo, boca abajo,  me puse un almohadón en la cabeza.  La máquina hacía cada vez más ruido.  Siempre me asombra el ruido que hace el lavarropas al centrifugar, el tuyo y cualquier otro, pero esta vez era de locos.  Cada vez más y más.  Al final me saqué la almohada de la cabeza para ver qué estaba pasando.  La vi entrar al cuarto.  Apenas cabía  por la puerta.  Se sacudía como una loca la maldita máquina.  Venía hacia la cama.  Cuando llegó, dio la vuelta hacia tu lado. 

Me levanté para tratar de pararla. Pero me pisó un pie y me reventó, creo que tengo alguna lesión en el empeine.  Después traté de pararla cuando empezó a saltar hacia tu lado de la cama.  Pero me pegó en el otro pie y en la mano derecha.  Me reventó un dedo.  Saltaba cada vez más alto, derramaba más agua.  Se le abrió la tapa.  Toda la ropa mojada cayó en el piso mugriento de tu dormitorio y otra parte en las sábanas mugrientas de tu cama.   Todo el cuarto ensopado.  Yo tratando de pararla.  Me resbalaba en el agua jabonosa.  La máquina, con cada salto adquiría más y más impulso.   Al final lo consiguió.  Cayó con todo su peso sobre vos.  Seguí intentando sacarla.  Pero insistía.  Empezó a hacer unos movimientos.  Empezó a violarte con el caño flexible  de desagüe.    Te sacudía la cola.  Te despertaste cuando eyaculó toda el agua jabonosa.  Pero no podías sacártela de arriba.  Me pusiste esa cara que ponés, esa cara de odio, eso que pasa cuando se te desencaja la cara.  Cuando parece que sos otra.  Traté de explicarte lo que había pasado, que yo no tenía la culpa.

¡Pero estás re loca! ¿No te parece que si quisiera asesinarte, realmente te parece que se me ocurriría hacerlo con una lavarropas?

La propia almohada serviría para asfixiarte.

No es mi culpa.  Es el resultado de tu conducta autodestructiva.  Como los cigarros que fumás uno atrás de otro.  La merca,  el alcohol, y la mugre, y la rabia y la forma en que tratás a tu madre .

Yo te lo advertí, vos no arreglaste el lavarropas.  Fue suicidio.



* Agradecemos especialmente a la autora por elegirnos para publicar por primera vez este cuento.

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