Slider Image 1 Slider Image 1 Slider Image 1 Slider Image 1 Slider Image 1

enero 11, 2013

 El vagón de las bicicletas 

Por Lucas Oliveira * 


Desde que tengo uso de razón siempre trabajé. Por hora, con jefe, sin jefe, por temporada, con novias, contra ex novios. Siempre. Solo a mí me sorprende eso. Para todos es algo normal y yo no lo entiendo. Hay uno que sube con una bicicleta roja, Olmo, cambios Shimano medio noventosos de aluminio, vincha y botellita haciendo juego con los plásticos. Siempre que entra al furgón grita "mirá si será malo trabajar que te pagan para que lo hagas". A veces uno se le pone a charlar. Otras veces ni lo miran. Debemos ser los mismos pero como siempre voy leyendo o maquinando problemas con mi falta de entusiasmo para la vida medio que no conozco a los colegas. Debo ser el gorrita de los libros, el amargo de los auriculares, el zoquete que no pestañea y todos esos apodos que inventamos para los que vemos seguido.

No me gusta sentarme, viajar sentado; me gusta viajar donde viajan las bicicletas, el olor amoniacado, la rusticidad, el ruido de los que paran de vender un segundo y gritan anécdotas o se fuman un canuto. Me gusta saber que estoy haciendo cagada porque si no tengo bicicleta no tengo derecho a estar ahí. Me gusta. El otro día, uno que bajaba en Morón me preguntaba en tono de apuesta: ¿cuántos de los que están acá no trabajan? ¿Te animás a tirar una cifra? Todo es una apuesta en el furgón, a cada minuto vas dejando de lado la estupidez de la responsabilidad, hay días en los que realmente dudás de si vas a llegar al trabajo sano y salvo. Los días de suerte uno comparte un cigarro de prensado, todos boqueamos, hay simulacros de pelea entre risas, los más viejos guiñan los ojos a los más jóvenes sin explicar por qué lo hacen aunque vos tenés la certeza de que están moviendo las columnas de la estructura de nuestro presente, las ramas del árbol de nuestro previsible futuro. Entonces, cuando te guiñan los ojos querés hacerte amigo para preguntar "Oiga, Don, ¿qué vio, en qué anda mi futuro?". Pero ellos apenas si contestan con un chistido o una mueca indescifrable.

Dale, viejardo de mierda, contame.

¿Viste cuando al otro no le importa si se quema, si se golpea, se vuelve traslúcido o le va a dar la fotosíntesis en el coco? Nosotros, arriba de un tren en el que de un segundo a otro dejaste de pertenecer a todo lo relacionado con lo orgánico que hay en este mundo pensamos mucho, demasiado, intensamente aunque solo un ratito. Decidimos en una luz de tiempo. No dejamos correr los segundos. Hay de los que piensan mucho en poco tiempo, toman tres decisiones en su vida y se dejan llevar por las consecuencias. Nosotros no, todos, cada uno de los que sube a este tren de mierda sabe que tiene que tomar una decisión en una franja de tiempo muy corto: subo o no, me quedo en la puerta o no, empujo o me dejo llevar, tomo aire o escucho esta conversación. Si el motor de esta sociedad capitalista y consumista son las decisiones que toman los más power nosotros vendríamos a ser los pibes delivery de casco sin visera ni registro de moto. Nosotros hacemos que funcione, que la ruedita del hamster siga girando, que las mamuchas larguen calostro en paz. Y digamos una verdad: la vemos pasar. Apenas si al final del día te cuentan algo gracioso, te dan un cachetazo que te hace sentir la piel o te fumás un churrasco. Con suerte la evadís si te enfermás, si sufrís un accidente, si desaparecés de cuerpo y alma en un incendio; no si te drogás o te emborrachás. Eso es para los gorditos de candadito; vos tenés que hacer funcionar el sistema, cobrando dos mangos, chupando medias si te animás. Vos no evadís el bulto porque vos sos el daño colateral necesario para que el resto pueda sentir pena, empatía, solidaridad. Sos necesario en toda tu extensión, sin medias tintas, sin llorar la carta. Sos el fósforo dentro de la cajita, sonajero del cajón de los cubiertos, que te sacuden y, aunque hagas mucho ruido, cuando te sacan te queman la cabeza y listo el postre, a cantar otra canción que se viene el Espacio de Publicidad.

En el furgón esas son raíces. Te hacés árbol en cada viaje. Y cuando te parece que no podés aguantar más llega un roble de piel curtida y te cierra el pico, te hace reír o te convida un churrasco y pasás a la primera fila en el campo de batalla. Y mirá que dos o tres veces pregunté y me contestaron: ¿cuándo vas a cambiar de laburo? ¿No pensaste en mudarte más cerca del trabajo así no viajás en este tren de mierda?

Tenés familia, en el vagón de las bicicletas tenés familia. Llegás y están los tíos jugando a las cartas, el primo berreta que siempre anda cargado con dos o tres churrascos encima:

Pero, hijo de puta, ¿cuándo te prendés el primero? ¿Al lado de la cama?

Yo no duermo, zombie.

Las madres de todos son las señoras que cargan las bolsas de plástico que viajan vacías hacia la boca de lobo y vuelven cargadas de carne de exportación, remeras del Paraguay, collares de Balvanera. Imaginate que la tormenta se avecina, ves el último tramo del recorrido y tus hijos, tus tíos o tus viejos están re lejos, ¿qué hacés? ¿Vas a pensar en ellos durante los últimos segundos de vida? No; los reemplazás. Y si la quedás es porque la quedamos todos. Y si la quedamos todos al mismo tiempo y a tu lado está tu primo, tu tío el que guiña los ojos o tu mamá vos te abrazás a ellos y te olvidás de tu pasado y decidís en una fracción de segundo: yo me muero pero abrazado a mis seres queridos, acá, en el furgón de las bicicletas.


* Agradecemos especialmente al autor por elegirnos para publicar por primera vez este cuento.

1 comentario:

  1. Tá lindo el cuentico, cortito y al pie...como para leer en el furgón del san martin...

    Gracias!

    ResponderEliminar