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diciembre 12, 2012

Segunda parte de tres de la visión de Ramiro Sanchiz  de las obras y autores recientes, especialmente aquellos publicados en antologías. En esta parte se hace referencia a la nota "Nuevas generaciones de narradores uruguayos" de Gabriel Lagos disponible en la sección Rescate.

 El espejismo y la promesa 

Por Ramiro Sanchiz



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¿Qué llevó a esos 17 a volverse, por decirlo de alguna manera, recurrentes? ¿Podemos armar una narrativa, una “explicación” a su permanencia (provisoria como pueda ser)? El medio de cierto modo potenció su visibilidad y alimentó sus proyectos; algunos de los combustibles habría que buscarlos en las editoriales, las revistas, los medios de comunicación. Acevedo Kanopa y Cabrera, por ejemplo, publican asiduamente en la prensa escrita; los blogs y la actividad en redes sociales también generan una sensación de permanencia.  En el caso de Carolina Bello, ausente de las muestras, hay que señalar que su libro Escrito en la ventanilla, el primer libro de la editorial Irrupciones que no fue una reedición, deriva del trabajo de la autora en un blog. Y, asimismo, editoriales como Estuario Editora han apostado, desde su lanzamiento, a estas nuevas figuras y a la posible renovación del canon que sugieren.

¿Pero existe tal renovación? Editoriales más conservadoras (Trilce, EBO) también han apostado por escritores y escritoras incorporadas a esta cuenta de 17 (y a otros ausentes de las tres muestras: Valentín Trujillo, Damián González Bertolino, Leonardo de León, Manuel Soriano) y, por tanto, parecería necesaria una lectura un poco más de cerca.

La crítica apenas se ocupó de ese tema, hay que decirlo. Desde Brecha, por ejemplo, Sofi Richero escribió sobre una “camada” de narradores lanzada por los Fondos Concursables del 2010 (entre ellos había 4 “jóvenes” o “nuevos”, de los cuales 3 –Acevedo Kanopa, Sanchiz y Cavallo– están presentes en las muestras de 2008), y en la misma publicación Matías Núñez (enero de 2010) publicó una nota (“Lanzadera sorda”) sobre “jóvenes narradores uruguayos” que citaba el prólogo de El descontento y la promesa y comentaba novelas y libros de relatos de once escritores (González Bertolino, Cabrera, Valentín Trujillo, Peña, Alfonso, Sanchiz, Ressia Colino, Santullo, Larrea, Cavallo, y Paparamborda), de los cuales seis figuran en por lo menos una de las tres muestras. El artículo de Núñez –centrado en libros más que en alguna más vaga (pero a la vez más arriesgada y fértil desde el punto de vista crítico) noción de “obra” o “proyecto”– aporta una posible clasificación, ante todo temática, del trabajo de estos narradores, en tanto propone algunos criterios de acercamiento entre algunos de los autores trabajados; así, González Bertolino, Cabrera y Trujillo son presentados en relación a un gesto propuesto de retomar “el desafío del diálogo con la tradición literaria canónica”, a la vez que asumen la exposición que implica el compromiso con un valor estético que puede ser llevado adelante con mayor o menor éxito. En sus textos no hay ironía ni humor que “deconstruya” el “intento estético”. Se propone también al grupo de los “montevideanos”, que

“cumpliendo con el cometido de toda literatura urbana que se precie (…) han prestado sus oídos a un lenguaje que trasciende lo meramente verbal y que involucra nuevas formas de relacionamiento y el reacomodo de los entramados sociales que ni por asomo sonarían familiares a un supuesto lector extranjero que recorriera Montevideo en busca de aquella ciudad que Benedetti inmortalizó.”

Otros grupos o subgrupos están propuestos desde coordenadas de género. A Pedro Peña se lo ubica como único habitante de la provincia de lo fantástico, “exponente de un tipo de narrativa fantástica que en la línea de Borges se impregna de los tonos y cánticos de los relatos míticos y las sagas”, escribe Núñez pensando en Eldor, el libro de relatos de ciencia ficción y fantasía publicado por Peña en 2006, que, quizá, encontraría en Tolkien un antecedente más claro que el autor de El Aleph, y a Rodolfo Santullo se lo propone como representante del relato policial. A la vez, Santullo –por su “estilo despojado de floreos y que se baste a sí mismo” y su “austeridad”– es vinculado a Alfonso Larrea (“en una línea similar de realismo sucio”), quien, vía Onetti, se alínea con Horacio Cavallo. Una última categoría sería la de la “literatura autoficcional”, en la que es incluido Matías Paparamborda.

Si bien la categorización y la agrupación parecen un poco desprolijas –podría pensarse, además, que caducaron rápidamente, por ejemplo cuando Peña publicó, en apenas dos años, tres novelas policiales–, el mapa de Núñez es un valioso esfuerzo de pensamiento sobre la pluralidad de propuestas de estos escritores. Es, sin lugar a dudas, una referencia ineludible a la hora de pensar la presencia de estos escritores “nuevos” en la producción crítica local; sin embargo, el recorte ofrecido (los escritores elegidos) no está vinculado a las tres muestras que nos ocupan aquí. El único esfuerzo crítico que intentó leerlas de cerca, de hecho, fue el publicado por Gabriel Lagos en La Diaria el 20 de marzo de 2009, bajo el título “Buenos Nuevos”, posteriormente ampliado y retitulado “Nuevas generaciones de narradores uruguayos” (Revista Todavía, diciembre de 2009).

La reflexión de Lagos parte de reconocer dos líneas o, mejor, áreas en la producción narrativa uruguaya “nueva” o “emergente” de los primeros años del siglo XXI; la primera sería la más vinculada a la cultura pop y a una estética de la comunicación inmediata: “claros, directos, los escritores pop no se arriesgan demasiado en la sintaxis ni en las ideas; el objetivo, con la excepción parcial de Mardero, es no obstaculizar el entretenimiento”, escribe el crítico en el primer artículo mencionado. Por aquí habría que incluir a la mencionada Mardero, a Umpi y a Alcuri, todos ellos con varios libros (dos, tres y cuatro, respectivamente) publicados entre 2000 y 2008. La otra línea detectada por Lagos sería la de los “intimistas” o “egoístas”, “abocados a evocar experiencias del yo íntimo”, cuya producción, como desarrolla en la segunda versión del artículo,

“se trata de relatos breves, en los que es norma el uso de la primera persona, que refuerza el efecto de autenticidad autobiográfica de los textos. La referencia a episodios de la juventud y sobre todo de la infancia es otro de sus rasgos comunes; esto es llevado al extremo en la nouvelle Limonada, de Richero, en la que ciertos episodios de la niñez son repasados una y otra vez por la voz narrante, que busca obsesivamente aquellos momentos donde poder fundar el nacimiento de su propia identidad.”

Junto con Sofi Richero habría que ubicar a Fernanda Trías y a Inés Bortagaray, que también publicaron sus primeros libros en la primera mitad de la primera década del siglo. Estos dos grupos, entonces, configuran el mapa de la nueva (o “joven”) literatura nacional previa a las antologías; los escritores y escritoras aquí mencionados (es decir, Mardero, Umpi, Alcuri, Trías y Bortagaray) escribían, publicaban y gozaban de cierta visibilidad mientras otros de los presentes en las tres muestras –que venían publicando desde fines de la década de 1990, en revistas y muestras de concursos de narrativa– permanecían todavía en las sombras. Si consideramos entonces que las tres muestras los visibilizaron, los hermanaron en ese sentido a sus predecesores y predecesoras, es fácil darle la razón a Lagos en cuanto a que operó en 2008 la emergencia de una “nueva” promoción (aunque en virtud de sus fechas de nacimiento, cabría pensar a sus integrantes como contemporáneos de los “pop” y los “intimistas”); en otras palabras, más que aportar más nombres a las corrientes ya establecidas, cosa que de todas formas sucedió, las tres muestras lograron dibujar un territorio nuevo:

“Del cruce de las tres antologías adquiere visibilidad un tercer grupo bastante activo durante 2008. Ramiro Sanchiz, por ejemplo, puede ser el autor que le de vuelta el sentido al neologismo “Levreriano” (…) Lo que comparten Sanchiz y Horacio Cavallo, además de lo fantástico, es la conciencia evidente de ser parte de una tradición. Mientras que en Sanchiz abundan las citas, en Cavallo, que el año pasado publicó la novela Oso de trapo, queda clara la preocupación de lo formal. Acá podría haber otro rasgo común a este nuevo grupo que posiblemente pueda rastrarse a su origen como poetas (…) Gabriel Schutz (…) comparte con estos últimos el cuidado de las formas y con Sanchiz el apego a lo fantástico. El policial y sus aledaños –que subsiste justamente como forma pura– tiene en Germán Videla (…) y en Martín Bentancor (coautor con Rodolfo Santullo de la novela Las otras caras del verano) a dos renovadores. “


O, si leemos la segunda versión del artículo:

Pero fue la aparición, con pocas semanas de diferencia, de El descontento y la promesa (…), Esto no es una antología (…) y De acá! Algo de narrativa uruguaya de ahora (…) lo que permitió distinguir con claridad que (…)coexistían tres corrientes más o menos definidas –y no dos– entre los escritores nacidos en los setenta y principios de los ochenta. Al mismo tiempo, los relatos allí antologados contribuyeron a esclarecer qué es lo que puede unir a los integrantes de la tercera corriente, más allá de los rasgos oposicionales, como su recato en el manejo de la primera persona íntima y su limitado uso de alusiones al mundo pop. En este sentido habría que destacar, más que temas o ambientes, el común cuidado por lo formal y la prioridad dada a lo estrictamente narrativo.”

Por otra parte, entre los “nuevos” recogidos en las tres muestras, el “equipo del pop” se nutrió de los trabajos de Patricia Turnes, Jorge Alfonso (a quien Lagos coloca entre en una zona intermedia entre este grupo y el tercero o de los “serios” o “formales”), Leticia Feippe, Rodrigo Moraes y Carlos Tanco, mientras que a la nómina de los “intimistas” se le pudo sumar los nombres de Constanza Farfalla, Carina Infantozzi y Lucía Lorenzo.

El tercer grupo detectado por Lagos es, quizá, un poco más heterogéneo que lo que las pistas aportadas por el crítico parecen sugerir, especialmente si tomamos en cuenta la obra publicada por estos escritores entre 2009 y el presente. La “prioridad dada a lo estrictamente narrativo”, por ejemplo, parece haberse recluido dentro de las fronteras de un subgrupo más “conservador”, si se quiere, y vinculado de cerca a EBO (lo que no quiere decir, por supuesto, que no hayan publicado en otras editoriales, Estuario notoriamente). Lo estrictamente narrativo, entonces, es muy visible en la obra de Valentín Trujillo, Leonardo Cabrera, Leonardo de León, Rodolfo Santullo, Manuel Soriano y Martín Bentancor.

Quizá sea significativo que este subgrupo este poco representado en las tres muestras de 2008: Santullo, de León, Trujillo y Soriano están ausentes y Bentancor y Cabrera aparecen únicamente, cada uno de ellos, en uno de los libros (De acá! y El descontento y la promesa respectivamente). Con el añadido de Damián González Bertolino (también ausente de las muestras), de Pedro Peña (quien a partir de 2009 comenzó a demarcarse de sus esfuerzos cienciaficcioneros para acercarse al policial) y de Horacio Cavallo, que con el tiempo ha derivado hacia este grupo, estos escritores se han mostrado no sólo especialmente inquietos en cuanto a publicaciones (Cabrera, de hecho, que no volvió a publicar un libro, ha aportado sus cuentos a varias antologías extranjeras, entre ellas La banda de los corazones sucios, de la editorial Boliviana El Cuervo) sino que, además, han estrechado sus vínculos generando diversas propuestas críticas (el blog Club de catadores, por ejemplo) y narrativas (la novela-blog por entregas Folletín de diez manos, a cargo de Santullo, Soriano, Cabrera, Cavallo y Trujillo).

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